Salvador Arellano

En el Tian Zang (o Sky Burial en inglés) los tibetanos ofrecen sus muertos a los buitres, pájaros sagrados que se encargan de llevar las almas al cielo para que continúen con su ciclo de reencarnaciones.


Algunas fotografías de este reportaje fueron publicadas en la revista VICE. El texto completo se puede leer en la revista Fronterad.

 

2013.

Son las 12 y en el suelo de cemento de una pequeña sala los cuerpos inertes de un anciano y dos niños esperan envueltos en sus mortajas. Aquí los monjes rezan por sus almas y leen el Bardo Thodol, el libro tibetano de los muertos. La sobriedad de la caseta, situada en el centro del pueblo y sin las coloridas esculturas de otros templos budistas que rematan estas montañas, recuerda a los vivos que ha llegado ese momento en que poco importan los adornos.


Al otro lado de la calle, sobre unas tablas de madera, decenas de fotografías de los que ya no están forman un inquietante mural. La imagen de un bebé comparte tablero, entre otras, con la de un anciano a caballo y la de una joven posando frente a un decorado de papel en el que aparece el palacio de Potala, la antigua residencia de los lamas en Lasha. Solo los familiares esperan aquí, frente a este muro de recuerdos, con sus furgonetas
a que terminen las oraciones de los monjes. Ellos mismos trasladarán a los suyos a pocos kilómetros hasta el Tian Zang Li Yi Qu, el área reservada para el ritual funerario.


Cuenta la leyenda que una piedra sagrada voló desde la India hasta las montañas de Luo Ruo, en el Tíbet. Se posó a 3.700 metros para servir de altar en la quebrada polvorienta de las únicas laderas de estas tierras en las que no se atreven a pastar los yaks. Donde los muertos descansan y los buitres se alimentan.

Using Format